De parcelas olvidadas a economía colectiva, el modelo de una comunidad de mujeres rurales en Honduras
En la comunidad de Isletas, Concepción de María, Langue, Honduras, Rafaela Godines identificó la necesidad de empoderar a las mujeres rurales y mejorar la soberanía alimentaria de sus familias.
“¿Y si trabajamos juntas?”
Con esa pregunta inició la formación de un grupo de mujeres que, al unirse, alquilaron una parcela de tierra que antes estaba en desuso. La iniciativa les ha permitido acceder a recursos productivos y fortalecer la cohesión social, además de promoverla reivindicación de la importancia de la igualdad de género en un país en el que las mujeres representan el 50% de la población rural, pero solo el 27% participa en la economía agrícola.
En Honduras el acceso a la tierra es un reto. Muchas de ellas trabajan en terrenos prestados sin derechos formales sobre ellos. “La tierra que trabajo es prestada por mi papá. Nos permitió usarla por 10 años. Cuando pasó el tiempo y vio la evolución de nuestro trabajo en la recuperación del suelo, nos dijo que podíamos quedarnos el tiempo que fuera necesario”, cuenta Rafaela. Este tipo de acuerdos entre miembros de la comunidad les ha permitido avanzar, pero también expone la vulnerabilidad de muchas mujeres en el campo, donde la propiedad de la tierra sigue concentrada en manos de los hombres.
En América Latina, la proporción de mujeres propietarias de tierras en la región oscila de 7.8 % a 30.8 %, lo que limita su capacidad de planificación a largo plazo.

En Honduras, la agricultura de pequeña escala genera el 64% del empleo rural, pero las mujeres aún enfrentan barreras estructurales para acceder a financiamiento, capacitación y redes comerciales. Desde el inicio, enfrentaron prejuicios sobre su capacidad para trabajar en equipo. Muchas no eran tomadas en cuenta y, dentro de la comunidad, las decisiones sobre la tierra y la producción agrícola seguían en manos de los hombres. “No teníamos derecho a decidir”, recuerda una de ellas. Pero, para superar esto, establecieron espacios seguros donde la confianza y el empoderamiento colectivo fueron clave. Con el tiempo, robustecieron su organización y se convirtieron en un modelo a seguir para otras mujeres de la comunidad.
El acceso a recursos, financiamiento y redes de apoyo también ha sido limitado. “Podemos crear alianzas estratégicas para visibilizar nuestro trabajo y conectarnos con otras redes de mujeres”, comentan. A pesar de estas dificultades, han logrado consolidar su iniciativa y demostrar que su modelo de trabajo podía sostenerse y expandirse. Para hacer frente a estos desafíos, han establecido alianzas estratégicas con organizaciones como Vecinos Honduras, que les ha brindado formación en producción, comercialización y salud.
Bajo el liderazgo de Rafaela, el grupo convirtió una parcela en desuso en un espacio productivo. Hoy cultivan cilantro, maíz, frijol rojo, camote, musáceas, frijol y yuca, asegurando cosechas constantes que nutren a sus familias y fortalecen la economía local.
El trabajo comunitario garantiza su alimentación y genera ingresos. A través de la venta de excedentes en mercados cercanos, han logrado reducir la dependencia de intermediarios y mejorar su autonomía económica.



La iniciativa también ha influido en la recuperación del suelo y la biodiversidad local. En Honduras, gran parte de los suelos agrícolas presentan signos de degradación debido a la deforestación, el monocultivo y el uso intensivo de agroquímicos. Al comenzar, el terreno estaba abandonado y sin procesos de labranza. Para revertir esto, las mujeres han aplicado prácticas agroecológicas como la rotación de cultivos y el uso de abonos naturales, mejorando la calidad del suelo y reduciendo la erosión. “Nuestro primer cultivo fue musáceas, porque se adaptan bien al clima de la zona. Con el tiempo, probamos otros cultivos y aprendimos sobre su manejo y producción.”
La comunidad ha recibido bien la iniciativa. “Se ha tomado a bien porque tenemos una buena organización. Trabajamos en equipo y esto incentiva a más mujeres a querer ser parte del grupo.”
Actualmente, el colectivo está formado por 22 mujeres organizadas que hoy desempeñan un papel fundamental en la soberanía alimentaria de sus familias, pero su acceso a tierras y recursos sigue siendo limitado. Modelos como este demuestran que la organización comunitaria es una vía efectiva para garantizar su autonomía y fortalecer las economías locales.

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Luisa María Castaño Hernández
Luisa María Castaño Hernández is Groundswell International’s Communications Coordinator for Latin America and the Caribbean. She has experience in media in different countries, content development in multimedia and print formats, fiction and non-fiction writing and editing. She has played a leading role in the formulation and implementation of communication strategies for projects of institutions working for the preservation of cultural heritage and biodiversity, the strengthening of education and the integration of migrants. She has also participated in the development of museographic scenarios, curating exhibition cycles and educational experiences in art and science museums. She is a journalist, artist, and has a Masters in Humanistic Studies.