Senderos de esperanza en el Corredor Seco: agroecología y resiliencia desde las voces de las comunidades en el CADF 2024.
El Corredor Seco Centroamericano, una de las regiones más vulnerables al cambio climático en el mundo, enfrenta una crisis que pone en riesgo la vida de millones de personas. Sin embargo, en medio de esta adversidad, las comunidades rurales están liderando una transformación inspiradora. A través de la agroecología, la recuperación del conocimiento ancestral y la incidencia política, estas comunidades están demostrando que el cambio es posible. Durante el CADF 2024, líderes locales compartieron historias de resiliencia que iluminan un camino de esperanza para toda la región.
El Corredor Seco centroamericano se extiende desde México, hasta Panamá, abarcando vastas áreas de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y parte de Costa Rica. Con una longitud de 1.600 kilómetros y un ancho que varía entre 100 y 400 kilómetros, este territorio es el hogar del 90% de la población de Centroamérica, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Sin embargo, este corredor, vital para la producción agrícola y la sostenibilidad de la región, enfrenta una crisis climática y social que amenaza la vida de millones de personas.
Azotado por sequías cíclicas, este espacio está profundamente afectado por los fenómenos climatológicos extremos provocados por el cambio climático. Desde 1960, la frecuencia y regularidad de estos eventos han aumentado, agravando las condiciones de pobreza en la región y poniendo en riesgo la vida y los medios de subsistencia de millones de personas.
En este contexto de adversidad, el Central American Donors Forum (CADF) 2024 se convirtió en un espacio crucial para destacar las soluciones locales a estos desafíos. Bajo el título Senderos de esperanza en el Corredor Seco, un panel liderado por Groundswell International reunió a líderes comunitarios que trabajan directamente en la tierra, transformando sus realidades a través de la agroecología, la incidencia política y la comunicación estratégica. Lesli Juárez, Lilian Marleny, David Paredes y Unicer Martínez compartieron historias de resistencia y transformación que reflejan cómo el cuidado de la tierra y el conocimiento ancestral están cambiando el panorama en estas zonas vulnerables.
El Corredor Seco alberga a más de 10 millones de personas, las cuales, en su mayoría, dependen del cultivos como el maíz y frijol, alimentos esenciales en la dieta local. Sin embargo, el impacto del cambio climático ha reducido significativamente los rendimientos de estos. En la última década se han perdido hasta un 60% de las cosechas debido a fenómenos climáticos extremos como sequías prolongadas y lluvias torrenciales. En Guatemala, las comunidades indígenas son particularmente afectadas: la desnutrición crónica infantil alcanza un alarmante 70% en algunas regiones, mientras que más de la mitad de la población vive en condiciones de pobreza.
Lilian Marleny, técnica agroecológica de Voces y Manos, trabaja en Rabinal, Baja Verapaz, un territorio maya-achí golpeado por estas dinámicas. Desde su experiencia, las lluvias se han vuelto impredecibles y la siembra, un acto de fe. “En mi comunidad, las familias siembran con la esperanza de que las lluvias lleguen a tiempo, pero cada año es más incierto. Hemos tenido que aprender a adaptarnos, pero eso no significa que sea fácil”, relata. Sin embargo, han adoptado prácticas agroecológicas para enfrentar las lluvias impredecibles y la degradación del suelo. “Nuestra tierra es nuestra aliada, no solo un recurso. Recuperar las semillas criollas nos ha permitido no solo producir alimentos, sino también preservar nuestra identidad cultural”, explicó Lilian.
La agroecología no solo aborda la inseguridad alimentaria, sino que también promueve la regeneración del suelo y la biodiversidad. En Guatemala, donde el 2% de las fincas industriales controla el 65% de las tierras agrícolas, estas prácticas son un acto de resistencia frente a un modelo agroindustrial que prioriza monocultivos para la exportación. David Paredes, coordinador de la Red Nacional por la Defensa de la Soberanía Alimentaria en Guatemala (REDSAG), enfatizó: “El modelo agroindustrial ha agotado nuestras tierras y marginado a nuestras comunidades. Es un sistema que beneficia a unos pocos mientras deja a la mayoría en condiciones de precariedad. Es urgente recuperar el control de nuestros territorios y fomentar modelos más justos y sostenibles. La agroecología es nuestra forma de retomar el control”.
La REDSAG ha liderado la promoción de políticas públicas que protejan las semillas nativas y fomenten prácticas agrícolas sostenibles. Estas iniciativas han sido fundamentales para contrarrestar los efectos del cambio climático en el Corredor Seco, donde las temperaturas han aumentado un promedio de 1.2°C en los últimos 50 años, según un informe del Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT).
Las comunidades han encontrado en la agroecología un camino hacia la regeneración. Esta práctica, que combina principios de sostenibilidad con el conocimiento tradicional, ha demostrado ser una herramienta eficaz para enfrentar la inseguridad alimentaria y el cambio climático. Lilian lidera iniciativas de rescate de semillas criollas y nativas, adaptadas a los climas locales y más resistentes a las sequías. Estas semillas no solo representan una solución práctica, sino también un símbolo de identidad y conexión con la tierra.
“Cuando rescatamos nuestras semillas, no solo estamos asegurando nuestra alimentación; estamos rescatando nuestra historia y nuestra dignidad”, explica Lilian Marleny
El impacto de estas prácticas es tangible. El uso de semillas criollas puede aumentar hasta un 40% la resiliencia de los cultivos frente a condiciones climáticas adversas. Además, su diversidad genética fortalece la seguridad alimentaria al reducir la dependencia de variedades híbridas comerciales, que suelen requerir agroquímicos costosos y no siempre se adaptan bien a las condiciones locales.
En Honduras, Unicer Martínez, técnica de campo de la Asociación de Comités Ecológicos del Sur de Honduras (ACESH), aplica sistemas agroforestales que integran árboles y cultivos para regenerar suelos degradados y mejorar la retención de agua. “Hemos visto cómo estas prácticas crean microclimas que benefician no solo a las plantas, sino también a las personas. Es una forma de trabajar con la naturaleza, no en contra de ella”, comenta. Estos sistemas pueden aumentar la retención de agua en suelos hasta un 30% y capturar carbono, contribuyendo así a mitigar los efectos del cambio climático.
El conocimiento ancestral y la metodología campesino a campesino han sido claves para diseminar estas prácticas en el Corredor Seco. Lesli Juárez, promotora de comunicación en Qachuu Aloom, ha capacitado a jóvenes en la creación de huertos agroecológicos, el uso de bioninsumos y en cómo contarle esto al mundo. “Las familias ahora pueden producir alimentos sin químicos y vender el excedente en mercados locales, generando ingresos adicionales y mejorando su calidad de vida”, explica. Además, Lesli ha utilizado herramientas audiovisuales para documentar y compartir estas experiencias, ampliando su impacto más allá de su comunidad. “La comunicación nos permite visibilizar nuestras luchas y conectar con otras comunidades. No solo estamos contando historias, estamos generando cambio”, afirmó, destacando que los contenidos compartidos en redes sociales han motivado a más personas a adoptar prácticas agroecológicas.
Aunque los avances son significativos, los desafíos persisten. El acceso al agua sigue siendo uno de los principales retos. En regiones como Baja Verapaz y Choluteca, la escasez hídrica afecta tanto la producción agrícola como la vida cotidiana de las comunidades. Proyectos de captación de agua de lluvia y conservación de cuencas hidrográficas son esenciales para garantizar la sostenibilidad a largo plazo. La implementación de sistemas agroecológicos en toda la región podría sacar a un gran número de personas de la inseguridad alimentaria en la próxima década, pero esto requiere inversiones significativas en infraestructura, acceso a mercados locales y fortalecimiento de redes comunitarias.
El panel Senderos de esperanza en el Corredor Seco mostró que la resiliencia no es un concepto abstracto, sino una práctica cotidiana que las comunidades han aprendido a cultivar. “Aquí seguimos, cuidando nuestra tierra, recuperando nuestras semillas y enseñando a los jóvenes que este camino no solo nos alimenta, sino que nos da futuro”, concluyó Lilian Marleny.
Las historias de Lesli, Lilian, David y Unicer demuestran que el cambio empieza desde las comunidades. En un mundo en constante crisis, el Corredor Seco no solo resiste: siembra el futuro.